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martes, 23 de julio de 2013

RECORDANDO A REINALDO ARENAS-ESCRITOR CUBANO- Articulo publicado en El Nuevo Herald- Miami



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Publicado el domingo 21 de julio del 2013

Reinaldo Arenas, más vivo que nunca

José Abreu Felippe


Reinaldo Arenas en El Escorial, España, 1983.
Foto Cortesía © José Abreu Felippe.
 
El 16 de julio, hace apenas cinco días, Reinaldo Arenas hubiera cumplido 70 años. En la actualidad, muchas personas a esa edad se mantienen sanas y vitales. El escritor cubano no tuvo esa dicha, muy enfermo se suicidó el 7 de diciembre de 1990 a los 47 años. Había llegado al exilio a través del éxodo del Mariel en 1980, cuando más de 125 mil cubanos arribaron a las costas de la Florida tras los sucesos de la embajada de Perú en La Habana. Solamente 10 años, de 1980 a 1990, tuvo Reinaldo para vivir la libertad alcanzada. En ese lapso, a pesar de las dificultades que tuvo con su estatus migratorio, pudo viajar, algo con lo que siempre soñó, por varios países de América Latina y por Europa, principalmente España y Francia, donde compartió con entrañables amigos como Jorge y Margarita Camacho, que lo apoyaron –y ayudaron hasta el final– desde que lo conocieron en La Habana en 1967 durante el famoso Salón de Mayo.
En Cuba, Reinaldo sólo pudo publicar Celestino antes de alba (1967), dos o tres cuentos en alguna revista literaria y unas pocas reseñas y comentarios. También dio una única conferencia en La Universidad de La Habana, junto a otros dos escritores, sobre Martí. Su ponencia fue la más brillante. En ella establecía un paralelismo entre la vida y la poesía del Apóstol de Cuba y Rimbaud. Su primera novela había ganado mención en el concurso UNEAC. El premio ese año fue para Vivir en Candonga, de Ezequiel Vieta, novela y autor que ya nadie recuerda hoy. Su segunda novela, El mundo alucinante, inspirada en la vida de Fray Servando Teresa de Mier, también ganó mención pero nunca se editó. Yo vi la portada que Reinaldo conservaba. Parece que en un principio pensaban publicarla pero después se arrepintieron y, como pasó con muchos otros libros, la hicieron pulpa. Se comentaba entonces que Alejo Carpentier no pudo soportar que un personaje de la novela, un monje, estuviera escribiendo una novela titulada El saco de las losas.
Reinaldo sacó clandestinamente El mundo alucinante y en 1968 se publicó en Francia ganando el premio a la mejor novela extranjera. Eso no hizo más que empeorar las cosas. La UNEAC tenía ya en su poder El palacio de las blanquísimas mofetas, la segunda novela de lo que años después se conocería como su pentagonía. Tampoco la publicaron. En realidad no le publicaron nada más. Pero eso no amilanó al escritor, que cada día escribía más. El problema para él era ahora dónde guardar, esconder, tal volumen de papeles. En esos años setenta escribió, aparte de lo mencionado, El central, Arturo, la estrella más brillante, Morir en junio y con la lengua afuera, Que trine Eva, El asalto, Otra vez el mar, amén de cuentos y poemas –entre ellos Cien sonetos infernales, de los cuales, lamentablemente, se conservan muy pocos– y fundó en el Parque Lenin una revista literaria, Ah la marea.
La búsqueda desenfrenada por parte de la policía del manuscrito de Otra vez el mar es uno de los hechos más vergonzosos en la historia de la literatura cubana. Sus amigos fueron acosados con saña. Al final la policía se hizo con el manuscrito, lo que obligó al autor a reescribirlo. Todo un gobierno, todo el poder de un estado policiaco contra un escritor y una novela. Después de un suceso en una playa con unos jóvenes, la policía lo detiene, Reinaldo logra fugarse lanzándose al mar. Nada varios kilómetros hasta su cuarto –ya la policía había estado allí, lo habían revuelto todo, revisaron hasta debajo de las tejas– y huye. Ahí comienza una cacería nacional por parte de policía. Lo que Reinaldo vive en esos días lo ha narrado en su autobiografía Antes que anochezca, que comenzó a escribir en el Parque Lenin, y que se llama así porque, precisamente, tenía que escribir antes de que anocheciera, ya que no había luz, desde luego, en la alcantarilla donde se refugiaba cerca de una presa en dicho lugar.
A Reinaldo lo capturan en el Parque, se toma un pomo de pastillas que llevaba consigo, y despierta, milagrosamente –los médicos pensaban que no se salvaba– en la enfermería de la Prisión del Morro. Cuando sale de la cárcel, sabe que la única esperanza que le queda es escapar de aquel infierno, dónde ya no podía ni escribir. Lo consigue, como ya se dijo, por el Mariel, falsificando su carnet de identidad. A Reinaldo siempre le faltó tiempo. Él nunca pudo, como hace cualquier escritor en un país libre, revisar, corregir, reposar sus textos, los escribía y tenía que esconderlos, hasta que pudiera mandarlos al extranjero (a las amorosas manos de los Camacho) a la primera oportunidad (él decía que un libro no estaba terminado hasta que no lo sacaba de Cuba).
En libertad, como se apuntó, sólo tuvo 10 míseros años, para revisar, corregir y ordenar la montaña de papeles escritos en Cuba. Aun así escribió y publicó cosas nuevas, entre ellas, las novelas El portero, La loma del Ángel y El color del verano; con esta última concluía su pentagonía. Asistió a congresos denunciando a la dictadura que le hizo la vida imposible, lo que motivó que la izquierda académica y las grandes editoriales que a su llegada lo acogieran, le cerraran las puertas. Sus últimos libros los publicó con Ediciones Universal de Juan Manuel Salvat, en Miami. También, viajó, conoció mundo, amó lo que pudo, consciente de que tenía que hacerlo todo, “rápido, rápido, porque la vida está pasando” y que “la vida es riesgo o abstinencia”.
Pienso que a 23 años de su muerte, a pesar de detractores, envidiosos, resentidos y mediocres de toda laya, Reinaldo Arenas está más vivo que nunca en su 70 cumpleaños. • 

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